diciembre 25, 2006

De cómo aprendo a besar mi boca/

/a través de otra boca.

Las conversaciones de estos días irremediablemente me acercan a un vértice: el cuánto se hace por los demás y bajo qué premisas. Qué tanto hacemos por nosotros y en dónde está esa línea imaginaria que divide lo justo de lo excesivo o lo propio de lo extraño. ¿Por qué se diluye el yo en nosotros o en tí -él, ella, el otro-? ¿Cómo reconocer esa frontera que, traspasada, hace que las cosas dejen de estar bien?


Como cualquier amante, he dado demasiado. Como cualquier persona, he recibido más de lo que creo merecer. Como muchos he sido ciega ante el amor de los otros, grosera, incapaz de manejar cristales frágiles y brillantes que me han puesto en las manos. Estas dagas delgadas que tienen nuestro nombre y que sirven para que, con la propia mano sean clavadas en el corazón, para sentirlas a cada aliento, porque queremos sentirlas.

Y no puedo evitar hacer la pregunta del millón, la que posee todas las respuestas sin que alguna sea correcta ¿cómo se hace? ¿cómo reconocer lo que sigue?

¿Cómo abandonarse de vuelta ante la resonancia y solo escuchar, sentir el cuerpo que vibra, cerrados los ojos, sin cantar también todas las desventuras? ¿Cómo enfrentar a todos esos amores abandonados y las ruinas de nuestros futuros sonriendo?

No sé. No conozco esa frontera. Solo una vez empeñé mi bienestar perdiendo y, al final del día gané más de lo que esperaba. En otro idioma, uno que se hablaba solo en mi tierra. Tengo una tierra y semillas para sembrar, ojos que miran, un corazón que -algunos días- parece poseedor de la épica y que -otros- es cobarde y se repliega. Tengo miles de preguntas para el amor, y se las hago a quien comparta el corazón conmigo, aunque no exista la respuesta. ¿Es cobarde buscar esas respuestas con la boca y no con todo lo demás que puedo decir, de otras maneras?

El límite está en la voluntad. Aunque se supere la frontera de lo posible. El punto con el amor es ese, que logra lo impensable y termina así, nomás, como empezó, en medio de una revuelta repentina. Cuando se nota lo perdido que queda el objetivo, lo lejos que se estaba de las estrellas, la ganancia está en lo que el corazón perdió y en cómo pudo hacerlo. Sin dudas, con certezas. Por eso que cada uno hace siempre lo mejor que puede. Por eso que el daño no sea culpa de nadie. La cosecha siempre es del que da, en la medida en la que ha entregado amor a cambio de dudas y vacilaciones.

El acto de amor es entregar a pesar del miedo, abrir las puertas de la bodega de cristalería y decir al otro: ¡mira! ¡mira lo que tengo dentro!. Y hacerlo no significa que nada se rompa. Significa que el ser observado, desde dentro, valía cualquier terremoto. Generalmente el elefante sabe comportarse y aprecia los reflejos transparentes, y si algo se rompe, lo importante era, de cualquier manera, lo que estaba mirando ese querido intruso.

Es demasiado dar sólo cuando se da sin amor. Y que caigan maldiciones en el que lo haga, porque hay que saber probar y medir lo que se nos ofrece, hay que ser dignos de los regalos del otro, sin venenos y sin medidas. Cuidémonos de abrir las puertas a pesar de todo. Cuidémonos de ganar, aún perdiendo.

Y así, con las llaves en la mano, evitar la cantaleta de lo que hizo el último visitante. El otro, los otros del pasado que, a fin de cuentas, han reconfigurado lo que queda para ver y lo han reacomodado para ser visto. Por estos u otros ojos. Por cada mano. Cuidémonos de que los demonios puedan también entrar sin causar daños, de reaprender los besos y las bocas, de reconocer otro tacto y saber que estamos en otra estación, con un olor distinto y con otro cuento para contarnos.

Aunque sea solo nuestro cuento que se topa con otro que quiere el mismo final.

Aunque el final sea diferente y la sangre corra, a pesar de las promesas infinitas de la vida que siempre nos cambia el juego.

Hay que jugar ahora y hacerlo con todo.


Hasta los ahogados se ven mejor con algas y estrellas de mar en el pelo... son sabias las profundidades, que dan mucho pero exigen todo ¿Cómo vivir entonces?

Como dijeron el Silvio y otro querido personaje:

a) La cobardía es asunto de los hombres, no de los amantes. Los amores cobardes no llegan a amores ni a historias, se quedan allí. Ni el recuerdo los puede salvar, ni el mejor orador conjugar.

Y,

b) El amor es el trayecto (carajo, cada vez le encuentro mas aristas a esta maravillita de frase)

O, ya sabinosos, ...porque el amor, cuando no muere mata, porque amores que matan, nunca mueren.

Ya como postdata, ¡viva yo! que me encuentro con tantas ganas de apostar y perder sonriendo. Aprendí del cataclismo y no me arrepiento de nada. Ni de lo hecho ni de lo que pienso, atesoro más lo que deseo porque hay una fuerza que lo alimenta y sé que es brillante. Porque conseguir mi deseo no depende del amor que otros tengan para darme, sino del que puedo dar, hacia dentro.

Toca la puerta si no hay llaves. Que siempre hay alguien para dar o negar el paso.

Caray ¡qué bien! Y tú, que te peleas con las consecuencias, y tú, que no lo haces: la cosa está en lo que nos dejamos para nosotros, mientras dejamos para los demás.

(De verdad que no estoy en el club de optimismo).

diciembre 05, 2006

Tresnueveveinte palabras


Para decir que este invierno -el primero- no me gusta, 3-9-20 para decir "Sí, está cambiando" y cincuenta para que no importe.


3-9-20 palabras para callarme, hacerte escuchar, entender que lo que pasa nos pasa a todos.

A veces, como hoy, ni una hace falta.

3-9-20 y sigue importando más el otro lado, el que brilla, el que ignora al portador aunque terco se manifieste.


3-9-20

50
20,000 mientras las bocas continúan más bulliciosas en silencio, confiando en los ojos de los otros que no se cansan de mirarnos esa parte que da miedo, que hace reír, la que construye.

3-9-20 para descubrir caminos entre laberintos. Y un silencio para armar rompecabezas que fueron de otros abrazos, que hoy son de las ausencias y que pueden ser todos nuestros.

Nada es tan difícil, opaco ni perdido, todo depende de quién lo mire y cómo. De si eres princesa o venadito. Depende de las alas y los ojos, de saber que lo que puede verse es posible.