marzo 20, 2007

En un abandono de la vida que pasa/

con un pequeño paso, casi insignificante, todo cambia. En un abandono del presente, las cosas se reconfiguran y son muy distintas. A veces este vértigo me pone temerosa.

Vértigo de ir dejando de a poco las viejas costumbres, de estar incómodamente lejos de ciertos oasis de la vida, de extrañar el abrazo de una amiga cuando el tiempo nos pone pausas y torbellinos en el medio. Es raro estrenar alas, antenas y radares a la vez. Extraño escribir aquí, con toda la calma, sentada en una tarde que no es la misma en una casa que ya no es mi casa. Extraño algunas sensaciones, algunas soledades y ningún beso. Extraño reconocer el tiempo que vivo, aunque disfruto el paseo por otras realidades.

De pronto la vida se llena de extrañas circunstancias y se convierte en una comedia de absurdo, en algo divertido para conocer y para quedarse, pero la melancolía de lo que va pasando y que intento inventar de vuelta se vuelve rara, late de una manera extraña y no termina de alojarse en la vida nueva, tampoco sale del corazón.

Extraño las noches silenciosas y los bichos en la cama, las estrellitas que no brillan más en niguna parte, pero gano los caminos en un coche que no manejo yo, que me hacen descuibrir nuevos cariños y otras tardes. Extraño los latidos y la risa casual de ella sentada en mi sillón, sin mayor obligación que ver la tele y hablar de hombres, pero gano las ganas inmensas de verla y la posibilidad de reconstruirnos. Extraño a mi gata y a mi jardín, extraño los caminos de vuelta, sola, cantando.

La vida es extraña, maleable como nunca, me reta y me dice las cosas que debo no perder a partir de una reinvención que es necesaria como nunca. Gano una boca, un beso y una certeza, o dos, o algunas más sobre mí que voy conociento y sobre los otros que aparecen como otra clase de estrellitas en otro tipo de cielo.

Chale.