mayo 05, 2007

De la infancia

tengo pocos recuerdos concretos. Estoy al tanto de muchas cosas que me han ido contado a través de los años los que me vieron con vestiditos y coronas de princesa. Recuerdo cómo me pasaba el tiempo, los juguetes, algún camisón y a los compañeros de clases. Tengo en la memoria, en lugar de un siete de abril, cómo se sentían las batas de cuadritos almidonados que las monjas nos obligaban a usar, o la texturita del moño rojo que nos ridiculizaba el cuello con el uniforme de verano. Recuerdo mejor la sensación de libertad al jugar con los mapas en la Montessori que el primer día de clases, y cómo me caía mi amigo Fernando en lugar de cómo se peinaba.

Hace unos días me tocó regresar a un ratito de la infancia sin querer, mientras hacía cualquier otra cosa. Reconocí de golpe lo que me pasaba con la cercanía de mi padre. Nada era atemorizante, no había ni un centímetro del mundo que puediera hacerme daño, porque él estaba conmigo y eso era suficiente. Y así, en un momento, me dio por recordar involuntariamente todo lo que en la vida me ha hecho ir perdiendo esa confianza incondicional.

Después del primer golpe las cosas cambian y el último paso que damos antes de enfrentar lo que sea es un poco más corto, un poquito menos franco, hasta que entendemos que lo mejor es ir caminando cautos, atentos de lo que, por desconocimiento, no es confiable. Desde esta perspectiva la vida es muy jodida, y hace lo posible por irnos demostrando que la seguridad es una mentira y, nosotros, torpes, vamos entendiendo que el remedio para eso es levantar murallas, caminar más lento, abrir bien los ojos y permanecer defensivos, con las manos listas para empujar lo que venga.

No me gusta. Declaro mi inconformidad. Intento confiar porque quiero reconocer en mi vida de ahora esta tranquilidad de la niña flacucha que, a fin de cuentas, no podía defenderse de nada. Quiero, pa pronto, un segundito de esa sensación en mi vida de hoy para agarrarme de ella y extenderla hasta mañana y, si se puede, hasta el día en que me muera (sé que suena a Chavela Vargas, lo siento, amanecí ranchera).

¿Cómo hacer para enfrentar las cosas nuevas y las que vamos aprendiendo con la emoción de un chamaco, en vez de estarnos mordiendo las uñas con miedo de que todo salga mal? ¿cómo incorporar cosas a la vida? ¿cómo olvidarse del deber ser?

¿a alguien le sale?