abril 22, 2009

Los cambios de marea

Estoy convencida de que todo es una versión de algo que ya vivimos, conocimos o sospechamos. Eso me deja con la idea de que cada vez entiendo menos la urgencia que tenemos algunos (siendo optimista) de ser únicos, irrepetibles o inolvidables para los demás.

La verdad, para mí, es que llega un momento en el que hemos pasado por tantas cosas, besado, amado y olvidado tantos pedazos de los días y los amores, que esta urgencia debería irse volviendo irrelevante hasta desaparecer.

Pero no. Queremos ganar un puesto en el ranking del otro como si la vida fuera una eterna subasta, apoderarnos de un lugar que no sólo no nos corresponde, sino que no existe. Y, mientras olvidamos y hacemos paquetitos de genéricos con los demás, esperamos ser ese cometa Halley que devuelva el rumbo a algún "afortunado" o, ya de jodida, a algún transeúnte.

Por eso nos deslumbra lo incalculable. Por eso se nos antojan tanto las cosas fuera de nuestro control. No tener algo en las manos implica una pequeña posibilidad de salvar ese abismo que nos separa de las fibras sensibles de otra persona. Implica que la sorpresa aún es posible y que podemos, por un ratito, olvidarnos de lo aprendido y volver a creer o a descreer algo. Pero eso tampoco existirá mientras intentemos no recordar el pasado para configurar el futuro.

¿Por qué no extenuarnos en el ahora? ¿Por qué no aceptar que seremos parte de una plasta de circunstancias en las vidas de los demás? ¿Por qué no entender que no seremos en exclusiva quién cambiará la vida de alguien?

¿Por qué no aceptar la propia vida como algo mutable, como lo único e irrepetible?

Versiones de las cosas siempre habrá, tenemos impresa en el ¿alma? una red de experiencias que, invariablemente, nos arrojarán el pasado a la cara.

Y sobre ser el únicoirrepetiblemaravilloso que tatúe para siempre la vida del otro... pues siempre pasa, de cualquier manera. Tal vez sólo no pase como nos lo imaginamos en nuestra película mental de acción, romance y drama.

¿Cosas inolvidables? ¿Personas imprescindibles?

Me pudo más ver a las putas paradas en Sullivan una noche de lluvia, alineadas con sus paragüas, ignorando sus reflejos en el asfalto, que toda mi experiencia universitaria.

Ése es el momento en el que entra la mano de los otros en nuestras vidas y, por ende, en la que nosotros funcionamos en las de ellos: solo ayudamos a reconstruír o alimentar una manera de ver las cosas. Damos ojos nuevos, añadimos un botón al panel de control. Por eso nos quedamos con ganas de la gente que dice cosas nuevas, que reta nuestras perspectivas y hace que agarremos, de refilón, un nuevo par de lentes para la vida.

Y eso es bello y suficiente. Porque no depende de nostalgias inútiles, depende de hechos y transformaciones.