agosto 29, 2007

Me entrego

Como la más fácil de las mujeres al juego inofensivo de cada noche, a las palabras que parecen solo nuestras con un nuestras que parece solo mío. Palabras que en lugar de levantar castillos rompen el viento y nos mecen en vez de sacudirnos. Me entrego a las frases perfectas que se redactan solas antes del sueño y que no escribo porque desaparecen como tú, todos los días, sin enunciarse.

Me entrego al desamor hasta que alguien me demuestre lo contrario. Me entrego a saber que es casi imposible y a creer lo contrario, acepto mi terquedad como la crédula mayor.

Los juegos y las palabras hacen suficiente, me dejan no hacer a sabiendas de la prisa. Es racional temerte por mis causas, no querer que entres ahora que te comería sin piedad en lugar de detenerme para que fueras alimento y no un bocado; no cerrarte los ojos sin ver mi reflejo. Pienso en Cortazar y el cíclope, capítulo seis de Rayuela, famoso con justicia.

He estado aquí, en ambos lados, perdiendo, ganando, y perdiendo para ganar. Si algo sé es que nunca hay veredicto cierto sobre corazón ajeno, si algo aprendí es que nunca se gana todo y hay que saber quedarse con lo que se desea; también a reconocer la soledad y decidir dónde ponerla y abrir o cerrar los labios ante ciertos destellos.

Me toca saber algo: el tiempo no perdona las treguas, y no lucho para no perderte. Lo poco que hay que ganar está fuera de lo imaginado y lo que nunca se plantea pocas veces es verdad. La épica se manifiesta en sentidos equivocados y yo, como la más versada en estos temas me quedo con mis preguntas. Contigo temo el desespero aunque significa perder lo poco que no hemos ganado.

Temo enunciar la sed y me conformo con imaginar que te pregunto ¿qué es el placard? Me quedo con mis risas de media tarde y las conversaciones nocturnas, con el juego de no estar estando, con el juego de jugar más que nunca intentando no jugar. Me quedo con la apuesta del hastío, solo para que exista la posibilidad de rejuvenecer en otras palabras y con otras fuerzas. El tiempo no respeta potenciales, el tiempo no nos quita nada, ofrece otras cosas.

Desde el fondo del placard del cuarto de invitados prendo una luz que está hecha para apagarse, no quiero retar más al amor porque las cosas pasan solas. Quiero dejarlo libre, negarlo y que alguien venga a darme el beso que despierte a la princesa desterrada, alguien que no vas a ser tú porque tus frases son de hoy y el impulso está pasando mientras lo miramos.

No quiero pedir porque sé de lo invisible. No quiero soñar porque sé de la vigilia. Me toca saber que esto es nada, y me quedo con creerlo todo, hacerlo y seguir meciéndome en castillos sin sueños. Hoy no me quedo callada y no espero porque creo en el desamor y he visto el miedo. No quiero reconocerlo porque es traicionero, ni dar lecciones porque ya gané el título que nadie desea y siempre cuesta demasiado. Por decir y pensar como pienso. Amor, coraje, vengan a callarme la boca. Esa es labor de otros, sabor de unos labios despiertos, tal vez apresurados, pero no empeñados en garantizar la muerte.

Me quedo con los juegos de media mañana, con las risas y lo joven de tus manos, con los ojos francos de tanto mirar el mismo cielo, me quedo con lo que es para que desaparezca después de un par de palabras francas debajo de las mismas cortinas. No pierdo mucho porque no tengo el coraje para soñar hoy, porque diluirse entre palabras funciona, lejos de telones que nos inventamos. No haciendo caso a los deseos y racionalizando lo irracional decido no soñar porque nunca he despertado después de un largo abrazo y temo quedarme dormida para siempre. Soy una defensora de los defensores del amor, y somos mal equipo porque respetamos premisas falsas. Y me voy sin querer irme ¿shall we?

agosto 21, 2007

Independencias

Sí, trillado o lo que sea, esta es una proclama del esfuerzo por ser feliz. Ya me cansé del ácido involuntario.

Me quedo con la vida del amor, con las personas que buscan a toda costa sentirse como quieren, me quedo con quien se deja sorprender por los retos constantes, con los abrazos de extraños que abrazando se vuelven nuestros (sí, eso).

Me quedo con pasar barreras, y saber discernir cuándo algo es importante y cuándo solo es más fácil, con respetar esa línea; quiero vivir los rumbos que no son rumbos, me quedo con la falta de conclusiones que emocionan y alimentan.

Me asusta asustarme (oh, sí), pero prefiero seguir asustada que regresar a las fórmulas que conozco. Me niego a asombrarme siempre con las mismas maravillas, que sé disfrutar y controlar, sin saber qué tienen debajo del vestido.

Es una proclama contra la vida mediocre y seductora de los tópicos dominados, en la que se sufre siempre lo mismo y se disfruta todo con los mismos límites. Me quedo con el amor que sorprende, que reta y que se supera, no con el que conozco, con el que quiero descubrir, me quedo con el amor que sigue después de los ojos, con el que se llenan los interludios, con el que alcanza para no amarse, me quedo con el amor que me tengo y que reparto de maneras extrañas, jugando, hablando casi.

Lo veo, tal vez escondido o aletargado, tal vez el algún abrazo ciego, no en el pasado que no soy. Soy lo que siento y me siento rara, a dos segundos de extrañas puertas que emocionan, sin pensar en lo que me niego cuando tomo una perilla. Brillante, así debe ser.

Y hay que tener el corazón suficiente para dejarse brillar. Quiero luz, el vientito en la cara y la fuerza para decidir lo que sea, lo que no esté en contra de mí. No quiero mapas, no creo en ellos. Pero decido creer. Sí juego. Sí apuesto. Sí quiero. Y creo porque tengo la libertad de hacerlo y me da la gana. Hay que dar la batalla, y si yo significa tú o nosotros, juego. Hay que pelearla ¿no?

Al final del cuento nadie es responsable por mi felicidad. Ser infeliz es muy fácil, todo el mundo es infeliz, y a mí, como me gusta complicarme la vida, me ajusta la otra opción. Si no en las mías ¿en manos de quién está?

agosto 14, 2007

En términos vulgares

Lo que hace falta ahora es un tiro, un tiro de barrio, una pelea extraña por recuperar no sé qué cantidad de cosas que se fueron haciendo borrosas en el camino; lo menos importante es reconocer qué nos trajo hasta acá si siempre se dio la mejor batalla posible y una vez que las circunstancias no permiten más que un esfuerzo sanador, aunque esté jodido en términos generales, no pasa nada.

Y la tranquilidad va invadiendo de a poco los lugares por los que se planta la premisa "ya basta" o "a lo que sigue" y se decide, después de retortijones horrendos, continuar. En cierto punto, a veces demasiado tardío, hay que levantarse, sacudirse, terminar de hacer berrinche y cambiarse de ropa, y si el juguete se rompió pues ya ni cómo hacerle. Ya ni vale la pena recontar el daño porque en ciertas alturas todo parece un mal chiste y cualquier iniciativa que parta de acá ya es vocación de sufrimiento.

¿Para qué romperse la cabeza recordando si intentamos negociar o si fuimos perversos, para qué intentar desentrañar el misterio?

Los procesos valen la pena solo si pueden traer algo positivo, pero hay algunos especialmente putrefactos que de plano no pueden traer mucho que no sea lo mismo. ¿Qué hacer contra la bomba atómica? nada que no parta de un idealismo personal con rango de acción menos cuatro, la cosa es no vivir en Japón y saber por quién votar y ni cómo hacerle contra el cabrón del botón, porque no se puede cargar con la ignorancia, el miedo y las fallas de generaciones enteras.

Carajo, hasta la perla más linda deja de brillar debajo de tanta mierda, y ahí del valiente que meta la mano, porque además de todo, muerde. Pero canta, como las sirenas, que por favor la saques de ahí. Así que de plano hay que recoger el kit de la limpieza, quitarse los guantes, sacarse el delantal y tirar el contenedor completo a la basura (si, como tupper de tres semanas en el refri). Y ni pedo con el antojo. En cierto momento hasta lo más rico deja de ser comestible y huele francamente mal.


The higher you fly, the deepest you fall

Mal pedo de tanto atragante. Ok, recuerdo. Ninguna historia termina, ni empieza, como uno se imagina.

Hay algunas que parecen comedia de Meg Ryan y luego se ponen de thriller para acabar siendo como la pesadilla en la calle del infierno 4, sin argumento, sin terror disfrutable, sin lógica alguna y con demasiada ropa interior innecesaria. Y cuando baja la marea da tanto miedo enfrentar la propia existencia en un escenario tan jodido, y da tanta risa cuando todo lo demás no funciona que lo único que puede hacerse para mantener el propio respeto es aventar las palomitas y salir del cine jurando no volver a creer una crítica.

¡Yo que me quejaba de las funciones en las que se iba la luz! y antes de eso de las que tenían mal el audio. O sea que, como nota al pie, siempre se puede poner peor, y cuando crees que ya no puede existir nada, siempre hay un escalón más abajo, franqueando la puerta de la terapia urgente y rayando de plano en la infamia no complaciente pa' nadie. Sí, las cosas así de absurdas existen y se ponen peores, y llueve y se va la luz, hasta las palomitas hacen toser y cuando te vas a media película, pisando cucarachas mientras se te pegan los pies al piso, encima te regalan boletos para la próxima función y gomitas rancias. Chale. Pues si la onda era cambiar de cine, ir al teatro, rentar una peli, sacarse los ojos, hacer macramé o lo que fuera con tal de no estar ahí.

Hasta el más esperanzado sabía el final de Van Helsing después de 5 minutos de película... así que, terminando de hacer analogías entre mi vida y el cine o el refrigerador, nomás me queda tirar el juguete a la basura, comprar tuppers nuevos y ponerme a pensar en si tengo hambre y en qué se me antoja. Y si empieza a oler mal, ya ni lavarlo es bueno.

Hilaridad, ven a mí. Porque de lo otro ya estuvo. Ahora un ratito de autocrítica light y, en cuanto pueda reírme un poco de mí subirle los decibeles, no volver a dejar pasar una hora de mala película solo porque de verdad no quiero vivir en un mundo con tan mal cine.

Salir, abrir la ventana y la puerta y retomar este filtro que no era tan innecesario. A veces hay que saber cuidarse de los otros como ellos se cuidan de sí mismos, porque entender los motivos no sirve de mucho. Y ahora creo más en otras cosas, a través de la incredulidad reafirmo ciertas capacidades que serán un misterio para quien no las pueda descifrar. Y así está bien.

Cambio 3 le llaman. Y la próxima vez que alguien me diga que no cree en sí, le voy a hacer caso y tampoco creeré, no puedo convencer a alguien de cosas que me imagino. Porque la opción uno es que tenga razón, la opción dos es que necesita ser salvado y lo pida con voz baja. Ninguna vale la pena. Mejor me salvo yo ¿o no?

Es como jugar a los encantados, es como saber la receta del guacamole viviendo en la Patagonia. Y sí, cuando las cosas no tienen lógica y duelen, aunque les encuentres la lógica siguen doliendo. Y si no se la encuentras encima de que duelen te quedas con la duda, y si renuncias y cierras la tapa y la chingada perla sigue cantando, pues habrá que hacer algo distinto a intentar escucharla. A la basura ¿pues qué?

Y ya

y encantada.