agosto 14, 2007

En términos vulgares

Lo que hace falta ahora es un tiro, un tiro de barrio, una pelea extraña por recuperar no sé qué cantidad de cosas que se fueron haciendo borrosas en el camino; lo menos importante es reconocer qué nos trajo hasta acá si siempre se dio la mejor batalla posible y una vez que las circunstancias no permiten más que un esfuerzo sanador, aunque esté jodido en términos generales, no pasa nada.

Y la tranquilidad va invadiendo de a poco los lugares por los que se planta la premisa "ya basta" o "a lo que sigue" y se decide, después de retortijones horrendos, continuar. En cierto punto, a veces demasiado tardío, hay que levantarse, sacudirse, terminar de hacer berrinche y cambiarse de ropa, y si el juguete se rompió pues ya ni cómo hacerle. Ya ni vale la pena recontar el daño porque en ciertas alturas todo parece un mal chiste y cualquier iniciativa que parta de acá ya es vocación de sufrimiento.

¿Para qué romperse la cabeza recordando si intentamos negociar o si fuimos perversos, para qué intentar desentrañar el misterio?

Los procesos valen la pena solo si pueden traer algo positivo, pero hay algunos especialmente putrefactos que de plano no pueden traer mucho que no sea lo mismo. ¿Qué hacer contra la bomba atómica? nada que no parta de un idealismo personal con rango de acción menos cuatro, la cosa es no vivir en Japón y saber por quién votar y ni cómo hacerle contra el cabrón del botón, porque no se puede cargar con la ignorancia, el miedo y las fallas de generaciones enteras.

Carajo, hasta la perla más linda deja de brillar debajo de tanta mierda, y ahí del valiente que meta la mano, porque además de todo, muerde. Pero canta, como las sirenas, que por favor la saques de ahí. Así que de plano hay que recoger el kit de la limpieza, quitarse los guantes, sacarse el delantal y tirar el contenedor completo a la basura (si, como tupper de tres semanas en el refri). Y ni pedo con el antojo. En cierto momento hasta lo más rico deja de ser comestible y huele francamente mal.


The higher you fly, the deepest you fall

Mal pedo de tanto atragante. Ok, recuerdo. Ninguna historia termina, ni empieza, como uno se imagina.

Hay algunas que parecen comedia de Meg Ryan y luego se ponen de thriller para acabar siendo como la pesadilla en la calle del infierno 4, sin argumento, sin terror disfrutable, sin lógica alguna y con demasiada ropa interior innecesaria. Y cuando baja la marea da tanto miedo enfrentar la propia existencia en un escenario tan jodido, y da tanta risa cuando todo lo demás no funciona que lo único que puede hacerse para mantener el propio respeto es aventar las palomitas y salir del cine jurando no volver a creer una crítica.

¡Yo que me quejaba de las funciones en las que se iba la luz! y antes de eso de las que tenían mal el audio. O sea que, como nota al pie, siempre se puede poner peor, y cuando crees que ya no puede existir nada, siempre hay un escalón más abajo, franqueando la puerta de la terapia urgente y rayando de plano en la infamia no complaciente pa' nadie. Sí, las cosas así de absurdas existen y se ponen peores, y llueve y se va la luz, hasta las palomitas hacen toser y cuando te vas a media película, pisando cucarachas mientras se te pegan los pies al piso, encima te regalan boletos para la próxima función y gomitas rancias. Chale. Pues si la onda era cambiar de cine, ir al teatro, rentar una peli, sacarse los ojos, hacer macramé o lo que fuera con tal de no estar ahí.

Hasta el más esperanzado sabía el final de Van Helsing después de 5 minutos de película... así que, terminando de hacer analogías entre mi vida y el cine o el refrigerador, nomás me queda tirar el juguete a la basura, comprar tuppers nuevos y ponerme a pensar en si tengo hambre y en qué se me antoja. Y si empieza a oler mal, ya ni lavarlo es bueno.

Hilaridad, ven a mí. Porque de lo otro ya estuvo. Ahora un ratito de autocrítica light y, en cuanto pueda reírme un poco de mí subirle los decibeles, no volver a dejar pasar una hora de mala película solo porque de verdad no quiero vivir en un mundo con tan mal cine.

Salir, abrir la ventana y la puerta y retomar este filtro que no era tan innecesario. A veces hay que saber cuidarse de los otros como ellos se cuidan de sí mismos, porque entender los motivos no sirve de mucho. Y ahora creo más en otras cosas, a través de la incredulidad reafirmo ciertas capacidades que serán un misterio para quien no las pueda descifrar. Y así está bien.

Cambio 3 le llaman. Y la próxima vez que alguien me diga que no cree en sí, le voy a hacer caso y tampoco creeré, no puedo convencer a alguien de cosas que me imagino. Porque la opción uno es que tenga razón, la opción dos es que necesita ser salvado y lo pida con voz baja. Ninguna vale la pena. Mejor me salvo yo ¿o no?

Es como jugar a los encantados, es como saber la receta del guacamole viviendo en la Patagonia. Y sí, cuando las cosas no tienen lógica y duelen, aunque les encuentres la lógica siguen doliendo. Y si no se la encuentras encima de que duelen te quedas con la duda, y si renuncias y cierras la tapa y la chingada perla sigue cantando, pues habrá que hacer algo distinto a intentar escucharla. A la basura ¿pues qué?

Y ya

y encantada.

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