octubre 03, 2008

Paja

He de decir que en los últimos años aprendí a dormir por toda la cama. Antes, como un reflejo, me acomodaba en un lado -el izquierdo siempre- y no me movía en las noches salvo cuando había pareja a la derecha, en cuyo caso nomás estiraba o la patita o el bracito para ser parte de un amasijo que abarcaba la cama en porcentajes y zonas siempre distintas.

Entonces los pies iban solos buscando la piel del otro, a saber si estaba frio, suave o dormido, en un afán automático de medir sus reacciones. Lo entrañable de las noches es eso, que vuelve a dos personas una y media, cuerpos revueltos con o sin lubricidades, pero fundidos en abrazos que no tienen que ver con la vigilia y que, por lo mismo, son incompatibles con los cálculos. Sinceros, ciertos.

Luego, obviamente, la costumbre se lo come todo y la suave perfección de antaño da demasiado calor, se mueve o ronca. Y conforme esas burbujas de bienestar a medio sueño se esfuman, llega la nostalgia del compañero, aunque haya una gran razón para la ausencia.

Si se aprenden ciertas lecciones con las relaciones humanas, es cada vez mas difícil pensar que alguien pueda compartir pequeñas o grandes cosas, fragmentitos de la vida, detalles sin importancia que por alguna razón la tienen o maravillas sin sentido.

Afortunado el que no tiene una memoria de sus lesiones incompatibles con el amor, el que las olvida o puede, a pesar de ellas, compartirse. Aquí es cuando llegan las fórmulas y empezamos a extrañar mas bien cosas que vimos en la tele, a querer un marido y ser super unidos con la familia, a preocuparnos por si el culo está muy guango, las tetas muy chiquitas o si sabemos cocinar. Y he de decir: No.

No me recuerdo perfecta en las fórmulas, me recuerdo mas contenta, emocionada y con cosas que decir, en una inercia que no requiere risitas "yo soy solo una chica", bucles dorados ni mascarillas nutritivas. Me recuerdo mas contenta porque alguien entendía algo importante, fueran mis palabras, mi cuerpo o la cosa extraña que ambas componen, que lleva un ritmo que se modifica cuando alguien lo mira y, amablemente, se acopla. Contenta porque alguien podía anticipar un deseo y cumplirlo no por obligación, sino como un juego emocionante que siempre tiraba nuevas líneas.

De pronto hay que enfrentar un universo de personas distintas, votar por un sistema, aferrarse de un planeta y elegir idiomas. De ahí a que puedas entenderte con un "lomismoparlante", todavía media otro universo. Y pasa. Te encuentras a los de la misma especie, levantas amistades, historias, romances o hermandades.

Unas se derrumban, otras se quedan. Pero casi siempre nos pensamos incompletos sin hacerle mucho caso a lo que de verdad sentimos, sabemos que nos falta algo, encontramos el nombre en el exterior, importamos la película y andamos por el mundo con la visión láser encendida pa encontrar a alguien que nos llene la vacante "solicito soulmate" "vacante para novio, buena presentación", "mejor amiga para salida nocturna, licencia vigente" "abuela con conocimientos de repostería"

Vamos llenándonos la cabeza con necesidades muy tipo lista del supermercado conforme nos consolidamos como adultos. Tal vez por cansancio (o derrota, no sé), vamos aceptando lo que se supone que alguien de nuestra edad tendría que estar haciendo, nos creemos el cuento y súbitamente estamos sufriendo por la carencia de aquello que al inicio ni siquiera nos importaba. Y manifiesto de vuelta. No quiero -como dijo el Sabina- un amor civilizado. Qué hueva querer de pronto que alguien se esfume para leer en paz en lugar de tener alguien a quien decirle lo emocionante de mi libro.

La cosa es dejarse ir, disfrutar la mutabilidad del otro y no echárselo a la espalda -como jurado en Chalma- hasta que la tragedia, la traición o el desamor nos separen. No, lo que separa es la falta de espacio para respirar, el temor a que el otro piense que bla bla bla o el pavor de seguir tocando esa canción que tanto nos gusta. La fórmula garantiza un vínculo acartonado que se puede ver -en el mejor de los casos- re envidiable desde afuera, o una amistad de esas que nomás traen cerveza de por medio.

Curiosamente son los protocolos de convivencia los que nos separan ¿Por qué no se puede decir -tengo frío, ven-? en lugar de ¿quieres salir por un café? ¿por qué no asumir que hay personas con las que solo nos gusta hablar, o dormir, o ir al cine? ¿cuál es el afán totalitario?

Porque vamos, como hormigas, pegándole nombrecitos a las cosas para manejarlas mas fácilmente y ahorrarnos el poner verdadera atención al otro. Es mil veces mas sencillo tolerar cosas que no nos gustan que asumir que un amigo, cuate o vecino pueden no tener las mismas fronteras. ¿Por qué es tan difícil respetar las diferencias y disfrutar los brillos?

No tengo siempre el mismo sabor, ni lo pretendo. A veces amargo y otras soy dulce. Si quiero saborear al otro hoy no tengo mas que preguntarlo, no pasará de que no se pueda o de que no haya sabor. Si podemos inventar nuevas recetas, hagámoslo, deshagamos la cocina y tengamos siempre trastes por lavar. Mezclémonos hasta que no haya mas ingredientes, o hasta que sepan mal los resultados.

Mejor revolverse en mil posturas y terminarse las posibilidades de la cama que perderse el invento de los mil cuerpos y medio. Si puedes hacerlo, si encontraste algunos "lomismoparlantes" date el chance de descubrir cuantas capas tienen, cuánta paja alrededor y cuáles estarán cómo en tu muerte. No te pierdas las pequeñas cosas que acaban configurándote. Conforme mas pruebas, más mutas, mejores mezclas aprendes. El reloj no perdona, las consecuencias tampoco. Dejemos las deudas para después, porque hay muy poco tiempo para tantos descubrimientos irrelevantes y hermosos que siguen pendientes en las bifurcaciones de la vida.

Muchas ramas salen del árbol que intentamos trepar. ¿Por qué no saber a qué huele una y cómo se siente otra? Es solo un tiempo el nuestro. Y si tengo que pegar etiquetitas a veces, prefiero que no sean las jodidas porque vivo en un universo de palabras para elegir.

A sacar la paja circundante y hacer de los otros entrañables agujas que puedan penetrar mejor, salir mejor, desviarse, volar y caer en donde sea. No paremos de descubrir.

Hay que beber si se tiene sed. Mucho.

Envidia de frases pasadas que deben aplicarse a mas que el amor

"¿A quién le importa ser aniquilado si dicho exterminio termina por suceder cerca de tu boca? A mí no. A mi paciencia tampoco."

3 comentarios:

Unknown dijo...

Que milagro, te creí desaparecida, que gusto leerte de vuelta... mh entiendo tu escrito a la perfección amiga.

Atte. Mi(noru)

Anónimo dijo...

El martillito principesco da varias en el clavo. Al final viene siendo un cuento de complicidad, de sinceras ganas de “compartirse”, verbo que dice muy bien lo que dice. El alfabeto tiene un montón de letras. Y si se acaba el latino, hay otros aguardándonos.

carlosasecas dijo...

Zas: me acaba de recordar una estancia en el Valle del Cauca (y la consecuente cobardía de quedarme a intentar esas miles de recetas de las que habla).
Saludos, gustazo en leerle y Juan Carlos -a quien algunos llaman Chamirú-, me refirió su página: más que reveladora. Gracias por compartir su palabra.