octubre 09, 2006

Capturados y captores

Las calles siguen con otros, la gente va y vuelve, como lo que nos importa. De pronto, cuando las cosas pasan tan deprisa, piensas en recurrir a los que están contigo. Así nomás se te olvida el "no más" y así de pronto, también, vuelven aquellos a los que te desacostumbraste a punta de pistola, los que olvidaste gota por gota. Así como si nada. El mundo es un lugar extraño. Mi mundo no tendría por qué ser normal.

Por arte de magia pasan cosas malas, cosas brillantes y confusiones, sin que pueda caber un movimiento evasor, sin un aviso. La vida sigue gritando que tiene el poder, aunque intentemos navegarla. Es más fácil y más rápido destruír que construír. Y no siempre es más fácil hacer lo más fácil, aunque suene re pendejo. El que destruye se pierde las noticias de las reconstrucciones en su ausencia. Se pierde la mitad, lo otro valioso, el complemento. Lo que otros viven y aprenden. Bah. Suficientes demoliciones, suficiente tristeza. Tristeza profunda, de pasados y de presentes, tristeza que llora futuros y llora a los demás. Tristeza que entiende, que se levanta sobre si misma, que muerde y es capaz de revertirse, pero que pesa. No sé que tanto es por los demás, hasta donde me duele la indolencia ajena, la facilidad con que otros hacen daño. ¿Qué pasa dentro de esas mentes, dentro de esos corazones? ¿Somos todos espadas de doble filo?

¿De verdad no puede quererse sin dañar, mejorar sin llevarse a los otros entre los rieles?

No quiero ser soporte de nadie nunca más. No sin una historia constructiva, sin el amor del intercambio. ¿No esperar nada? ¿quién puede hacer eso?

Nos vemos en el infierno, pues.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

El asunto estriba en las apariencias. En qué tanto destruir es sólo destruir en apariencia y construir lo mismo. En qué tanto nis duele o importa tomar el camino A nos priva del B, o el A1 del A2, etcétera, si de verdad caemos en cuenta que, en realidad, no hay manera de tomarlos todos y vivir en tercera persona lo que sólo puede vivirse en primera.

Ahí construir o destruir se vuelve una cuestión de apreciación. Y el valor consiste en atreverse a calificarla como transitoria o como permanente. De eso dependen las verdaderas decisiones: de lo mucho o poco que nos importe la posibilidad de estar equivocados.

Y he ahí que, cuando nos importa siempre, cuando nos importa por deporte y no por excepción, cuando nos importa porque debemos aferrarnos a la importancia y no a la sorpresa -en todo momento- lo que vivimos no es nuestro deseo, sino nuestra patología.

Y vaya que es difícil desprenderse de las patologías.

Anónimo dijo...

Se aprende y se aprehende mucho de ti al leerte. Una vez vi tus ojos obscuros, brillantes, rápidos. Tu cabello recogido y la inconstancia recta de tu nariz. No pregunté nada, no supe más de ti.
Hoy, por esas cosas raras que pasan en lugares como este, me encuentro no solo con tu imagen nuevamente, sino con lo que eres capaz de emanar a través de las palabras.
Es sorprendente que en un sitio de veinte millones de seres, dos de ellos tengan la capacidad de volver a coincidir. Será que a veces le jugamos una mala partida a La Probabilidad.
Para ti, ¿el destino es un laberinto, una espiral, o una simple convergencia de calles sin nombre?
Yo no sé qué es para mi el destino, le perdí la pista hace mucho o lo que es lo mismo: me tapé los ojos. Hoy por fortuna, los abrí y me encontré con tu imagen, con tus palabras y el lógico e hilarante sentido con que las usas. Y eso es un enorme placer.
Insisto, aveces le jugamos una mala partida a la probabilidad. Hoy le gané, un gusto volver a coincidir.
Hay dos historias, ¿cuál quieres oir primero?

Chamirú dijo...

¿Será mucho pedir que diga algo aunque no tenga ni tantitas ganas?


Quizás (me contesto de antemano). ¡Pero me rebelo contra mí y le pido más!


Y es que ando pedinche, desatado, necio.


Pero hágame caso, ¿sí? No se abandone.