octubre 05, 2007

Adjetivos

No hay plano que reconstruya nuestras mañanas de cambios de coche, alegrías, peras y escalones. Nunca volverá a aparecer en el momento preciso una mariposa mientras juegas con tu hija, ni habrá mujer que logre tus fotografías o te rete en un salón. No va a haber pasos como los nuestros por San Luis, sexo como el primero, ni frases como las tuyas. No hay cuerpo que hable así con el mío, manos que me guíen entre el desespero y las punzadas. Ojos cerrados.

Y amor, que eres esto que conozco, tendrías que ser adjetivo. Inexacto y caprichoso, mutante de blanco a negro: te entiendo hoy, solo un momento porque sé que seguirás siendo una idea nueva. Que debería existir una palabra para cada amante, que la complicidad inventa nuevos sonidos, que el amor nunca es el mismo aunque se llame igual, y que es terco reproducir historias porque existen un momento del que no se está seguro hasta que se olvidan las preguntas. Amor se llama nuestra circunstancia solitaria de deseo. Amor es todos los que conocen mis mañanas y mi frente, mis placeres y los llantos extraños en malos momentos.

Y sin embargo extraño cada voz y cada abrazo, cada amor como uno solo, como el único, como el mío.

La diferencia es sutil, tan leve y absoluta como la que hay entre hablar sobre las palabras o las cosas.

Es la trampa del adjetivo, de lo que se conoce, lo que nunca se deja. O de lo que decidimos no dejar.

1 comentario:

Lahetaira dijo...

Amor te llamo con todos los nombres del sol, de la paz y el desconsuelo... Amor te llamo y sé que ese no es tu nombre...

Muy bonito.