enero 30, 2008

Post 51, la nostalgia de la tinta y las sorpresas

Tres temas, tres minutos (no es avena), tres días, tres letras: hoy.

Tengo nostalgia de las tres cosas: los libros dedicados, el viento transgrediendo y el trabajo inusual.

Miércoles 23: El voltaje cambia en mi oficina, los reguladores reclaman línea baja/línea alta entre pitidos en un esfuerzo vano de resistencias y fusibles para que nadie note el desperfecto, las máquinas sigan, la tinta caiga y las fotos se impriman. El viento viene a invadirme con gracia de noble victoriana, me despeina, me destempla. La luz tiembla, se resiste y desaparece, mi atencion está cautiva ahora que no me distraigo haciendo lo que se supone que debo hacer.

Calle, más viento. En una extrapolación, el sistema se rebela contra los usuarios. La ciudad se rinde y yo sigo intentando transitarla. Pánico chiquito, como el que describe Javier Marías, que no es panico nomás porque no queremos creernos presas, murmullos de sorpresa entre los otros y la emoción de un día como cualquiera convertido en recuerdo, relato crónica y experiencia. Árboles, derrumbes poéticos que dejan ramas en el asfalto, lluvia, hojas, patriotismo como el interior de un mate gigante.

¿Alguien sabe qué estaría en su oficina si no hubiera una ciudad superpuesta?. La noche se transforma en una adivinanza resuelta entre gotas, plásticos rasgados y pánico de interiores. Me gusta la transgresión de la normalidad cuando el viento decide conquistar de vuelta lo que le pertence y en una escaramuza divertida, recuperar parte del terreno que en guerra poseería al primer embate. Como se ganan los corazones cuando hay amor o la muerte cuando hay espadas. Una estocada y la victoria. Sonrisa, recuerdo, llamadas que no llegan a ninguna parte, polvo, hojas. Solos nosotros, en el autito, en la casa, dependiendo de combustible o baterías que nos amarran a nuestro mundito imaginario. La inmediatez es una puta irónica, y es re lindo ser náufrago a veces.

Domingo 27: Día de libros. Dedicados dos, prestado uno. Todos leídos. Extraño que me regalen libros, o que me los presten, por las dedicatorias. Después de Todo Modo no supe con qué seguir. ¿Eco de nuevo, Calvino, Monzó? No. Quiero algo que alguien pensó para mí porque es como hacer miles de lecturas, al otro, a tí mismo, al autor. Las letras cambian. Todos los libros tendrían que dedicarse. Este año he escrito más hojas encuadernadas que posts en este blog y quiero que se disfruten como me trago yo las hojas cuando alguien imaginó algún párrafo para mí.

Lunes 28: De pronto, de nuevo llega lo emocionante. Todos se fueron ya, la oficina está quieta y tengo un cliente impaciente y torpe. Sacar el cutter, cortar sus hojas de plástico. Vienes, me ayudas. Las dos jefitas con sus cutters, sin guantes y cortando trovicel con todo y sus aretitos y solapitas planchadas. Es como chocar espadas, es que el cuerpo recuerde la precisión necesaria, no mover la punta porque mi milímetro te representa cuatro. Es hacerlo bien. Es como esgrima. Es la hermandad.

¿Corolario?
Estuve por cerrar el blog, no quiero dejar a Marlene en el pasado, como cualquier post, como cualquier suceso. Me resisto igual. Y en una figura patética y ranchera, el cielo llora y el viento se enfurece.


Y ya.

enero 21, 2008

Grietas

A Marlene


La primera vez que me dí cuenta de que tus ojos además de ser grandes eran profundos agradecí no ser hombre, agradecí tenerte cerca y poder mirarlos con naturalidad. Pocas veces ví tanta luz en una sola persona, tanta risa, la vida latiendo que no pide permiso ni piedad.

No dura para siempre. Y me dí cuenta ahora que ya no estás que lo sabías mejor que yo, mejor que todos, gastaste bien hasta el último segundo, riendo, caminando, bailando y equivocándote sin pena porque también de eso se trata.

Se me quedan unos nudos re grandes en la garganta, unos lagrimones de telenovela y la impotencia propia del pobre pendejo que no se murió. Se me queda la felicidad que tenías la última vez que te ví y cómo conocías de cabo a rabo lo que traías -como dicen los niños chicos- en la panza. "No patea de siete a ocho" y luego una sonrisota y los ojos que a veces jugaban y a veces eran profundos como la chingada. Un clavado, un ser tú a través de esos brillitos y conocer otro mundo.

Lo hiciste re bien, y te juro que lo voy a hacer mejor por lo que falte. No va a haber detalle digno que ignore, risa invisible, vida borrosa. Abrazando el lugar común digo que me hubiera ido yo, que te dejo mi tiempo y mis ganas para que no pasen más segundos, para que no camines esa frontera que aún no existe y no te sitúes, nunca, en el pasado. ¿Con quién tengo que hablar? Con nadie. No se puede jugar a eso tampoco ante tal clausura, aunque me niegue a vivir en un mundo en el que no seas la madre sonriente que fuiste, seguro, el ratito que pudiste.

Te debo algo, algo que ambas sabíamos. Hago un trato contigo. Hago un contrato ahora, invisible, jodido y frustrante. No puedo hacer más, no puedo resignificarlo. Ni evitar pensar en lo enojada que estarías, en tu fuerza de cambio. Sí, corazón, está mal. Está todo mal y no hay escapatoria. ¿Qué hacer?

Aprovechar el tiempo que quede, per se. Hacer y decir sorteando estas putadas de la vida. Ponerse a pensar también en todas las cosas chingonas que quedan, en el bebé, en el sol. En la fuerza que viene siempre del mismo lugar y se nos traduce en buscar grietitas para seguir picando, y quitar maleza y respetar las flores. Seguir solo los caminos que no lastiman, porque ya hay mucho afuera como para hacer más polvo. A callar, sentir y gritar. Si hoy de coraje tal vez mañana de gusto.

Te quiero, y lo sabes. Y estás aunque no estés. Igual y un día de estos podemos vernos de nuevo los ojos. Ojala se pueda, princesa con reino. Ojalá.

enero 08, 2008

A vaciar los labios tensos

El rostro contenía la risa, luego el llanto. Descansaba los latidos cada segundo, la respiración. Me negó todo lo que quise saber; el que miente roba, el que calla pasa, flota, se esfuma.

A jalar el hilo que cierra las persianas, que clausura con pestañas la posibilidad de otro minuto, de tres, de otras ramas del árbol que empezamos a trepar. Cortezas, flores.

Soy parte de su historia, un poco su amante, muy su confidente. Azote de puertas, reconfiguraciones, natas complejas que burbujean de pronto en la superficie del pozo. Era yo sin agua cristalina. Era yo con mi vida, era como se dice cuando empieza un año, era como se dice a media migración, como se piensa en el desierto.

Era una verdad de esas que nunca dejan de ser borrosas. Eramos todos mintiendo para sostener nuestros cuentos, engrasando las cadenas para que siguieran más cómodas que correr. La mañana y sus líneas brillantes reflejadas en las manos, en las piernas.

La luz entra difusa, no hay más ruido y flotando en un estado de inconciencia y placer se encuentran partes relevantes de la historia, las otras ramas, los capullos. El sabor del café, la risa y las líneas de lluvia que fabrican las tejas. Tanta humedad, tanto verde, cómo brilla el mundo con viento y sol, como brilla nublado y rugiendo. Y las manitas invisibles alrededor del cuello dejan de apretar porque se olvidan, nada tan importante. Mezclas difusas y mejores sueños. La felicidad parece medirse según lo factibles que creemos los sueños, según lo cerca que los tengamos, según fabriquemos más. Y estas pausas vienen a voltear este balance tramposo e inefable porque nos conceden cosas que no nos dimos tiempo de soñar.

La vida no siempre es laberinto, los rompecabezas no solo se arman con abrazos. El abrazo primero es mío, el abrazo que doy me lleva en el medio. Como la mirada y la voz, como las cláusulas que se me olvidaron a veces sin que te dieras cuenta, como las reglas que no me importan porque no puedo vivir con tantas fronteras.

Si hay magia en cambiar de costumbres, en atreverse a jugar, hay poder en aprender de otras bocas y conquistar otros juegos. Hay chispas en el mundo, hay ceros de marcador que no nos hacen olvidar ni nos mejoran, pero funcionan como separadores de oficinista, letargo para los dedos que tamborlean, silencio para el que quiera jugar al misterio.

Hay lo que queramos hacer de esta vida, que somos fuertes, sabemos desear y disfrutar, hay vínculos, miedos, hay un mundo por comerse y seguirá estando cuando lo olvide y vuelva a llorar. Pero lo sé, me lo demuestra el tiempo, me convencen los dolores, me lo recuerdan las trampas y las complicaciones baratas. ¿Cuál es el gran pedo con hacer lo que queremos y apostar? ¿cuál es el pedo con perder lo que no hemos ganado? Carajo que me siento fuerte.

Gracias por el amor, a todos, a la Furtiva, al Hortelano, a mis hermanos desperdigados por el mundo, a los anónimos, los fantasmas, los que me regalan besos y las que me dicen que también se hacen preguntas sin respuesta. Gracias por el trozo de pertenencia extraña que me toca y por decirme a través de sus miradas lo que me falta por no perder cada día. Por los maltratos y los pedazos de tiempo y las pequeñas cosas.

(¿Será el hormonazo? ¡yo qué se!)