julio 27, 2006

¿Es malo hacer promesas?

¿De amor, de secrecía?



Creo que es mejor hacer preguntas. Responderlas o taparse los oídos.
Estar atento a los oleajes del destino que bien pueden sortearse cuando los vientos permiten, cuando los capitanes escuchan, miran y pulen por ratitos su embarcación. Siempre mas fácil lanzar estrellas (ninjas o de mar, el objetivo es el mismo), quejarse del clima y de los huracanes que nos alejan: no tomar el timón. A dar la vuelta si es necesario reubicarse, a pararse y sentir los cuentos que nos escupe la brisa según los nudos. A desnudarse y hablar, dejando las espadas. Compartir muslos, ojos, a masticar besos en la defensa (ya lo había dicho) de lo inexistente. El amor está en quien lo navega, en quien lo dibuja y en quien lo cuenta.

Si, frágil la mente, los ojos que no quieren dejar de mirar, el silencio que se enoja con su aburrimiento. El pulso contrarresta; las palabras válvulas, historias sencillas, hermosas y ya de la princesa. No van a salir. No van a entenderse aún después de cien relatos. No van a dañar a nadie, no pueden. Aquí no hay alfileres, no guerra, no paz, tampoco. Aquí hay distintos mares y veinte puntos cardinales, noventa amantes y un corazón.


Revisiones sobran, el público es cualquiera con el deseo de mirar, sesear por las palabras como si la verdad necesitara un pergamino, buscando la constitución de las inconsistencias. Natas, algas y piedras se adhieren al casco de la fragata, con tormentas detrás, peseguidoras de la muerte, del ronroneo de la tierra que reclama. Sangre mía no caerá. Mi quilla es fuerte, mi columna. Pueden romperse olas de cada mar en mi espalda sin doblarme si de comer mares se trata, mis manos rodas, mis dedos proas cuando estiro lo que puedo.


No tengo miedo de comer arena.

¿y la tripulación?

(Hace daño ver películas de piratas)


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